El tema es que como el lunes salgo para NY, y abandono para siempre el feudo de las ardillas, conejos y ciervos. ¿Para siempre? Bueno, más o menos, porque tengo que volver el 26 para recoger mis cosas antes de salir para Españñia el día 2 (y llegar a Madrid el 3). Pues eso, que voy a intentar apretar un poco los posts estos días a ver si acabamos con el viajecito, que hacerlo estuvo muy bien, pero duró quince días y llevo tres meses escribiendo. Y eso tampoco es plan. Vamos, digo yo. Por eso no voy a meter otos en los posts, que me llevan un ratillo de poner (será la torpeza o lo que quieras, pero eso es un hecho), aunque seguiré intentando subirlas al Flickr.
El sexto día era el último con paliza de conducir que nos quedaba por delante. Nos levantamos pronto (relativamente), cruzamos la calle y nos tiramos en la playa con todo el solete. La mezcla de gente que había en la playa era un poco rara. Había grupos de crías de 14 años con bikinis salvajemente pequeños que a duras pensa tapaban cuerpos sorprendentemente desarrollados, gente paseando en manga larga y vaqueros, pintores y, en fin, una fauna muy variada.
En un banco al lado de un semáforo, un chaval se calza los patines enlínea, y decide que las zapatillas le estorban, así que las deja, con calcetines y todo, en medio de la acera. Un minuto después, un mendigo que pasa por ahí se para, las mira, mira alrededor, mira las zapatillas otra vez, ve que todo el mundo pasa tres kilos de él, y las coge del suelo. Las suspende delante de la cara, las examina a saco, las huele, y decide llevárselas aunque a mí me parece que le sobran un par de tallas. La operación fue un puntazo en conjunto. No sólo porque le roben unas zapatillas viejas a un gilipollas, sino porque el chorizo se puso en plan catador de vinos con las zapatillas, y el cabrón iba descalzo con más mugre en los pies que uno que tenía mucha.
Volviendo a la playa, aquí el machote se había tirado el moco de que se iba a bañar. Las chicas me recordaron que era marzo, y yo insistí en que tenía que hacerlo, porque nunca me había bañado en el Pacífico. Al poco de plantar la toalla compruebo que, pese al sol que hacía y que había mucha gente en bañador, en el agua no había ni dios. Fiel al espíritu tan español de "están todos equivocados menos yo", y luciendo el tipito playero que me caracteriza, tan pulido en la Playa Pita del Pantano del la Cuerda del Pozo a base de chuletadas domingueras, me acerqué muy chulo a la orilla. Con la primera ola que me alcanzó las piernas se me pusieron los pelos como el velcro (por su lado duro) y, sin entrar en detalles, otra parte de mi anatomía alcanzó la textura, aspecto y dureza de las nueces (de California, supongo). Una mirada hacia atrás tratando de conservar la dignidad me sirvió para comprobar que no me quedaba una salida airosa de aquello. Allí estaban las dos, sentadas en sus toallas, con una sonrisa de oreja a oreja de esas que dicen "¿Y ahora qué, bocazas?". Para reafirmarme, me dije que qué cojones, que era el Pacífico, que nuestra civilización sólo lleva bañándose en él unos 500 años, etc. Otro par de pasos, y la siguien te ola hizo que los ya nombrados frutos secos dejaran de ser eso, secos (y posiblemente frutos). En ese preciso momento, en esa conversación tan larga y amena que llevaba conmigo mismo, me dije que tampoco era para tanto, que tampoco he toreado nunca un Miura ni me he intentado aparear con un rinoceronte, y sólo por eso no me voy a poner a la faena, así que me di la vuelta, me eché en la toalla y aguanté el cachondeíto.
Después de cambiarnos y dejar la habitación del motel, las chicas me llevaron "de compras". Y digo yo que por qué le llamarán ir de compras, cuando normalmente es simplemente "ir de tiendas" o, más exactamente, "ir atocarle los cojones a todos los dependientes del mundo para terminar comprando lo que vi en el primer escaparate a primera hora de la mañana". En Santa Mónica hay una calle comercial peatonal muy grande al lado de la playa, y tiene de todo, incluyendo marcas europeas que aquí no son fáciles de encontrar. Por supuesto, abía un Zara, pero era bastanterar, como muy yanki. No sé como explicarlo, pero el efecto era raro. No os aburro, pero estuvimos más de tres horas danzando por la callecita de los cojones. Evidentemente, el total de mis compras ascendió a... Pues no, no fue cero, listos. Me compré una cheeseburger en McDonalds por un dólar.
Acabadas las compras, cogimos el coche y arreamos al norte por la A-1, que no es la carretera de Burgos, sino la carretera que va pegada a la costa oeste. La carretera es una pasada y el día era precioso, así que conducir por ella fue toda una gozada. En la ruta esta se han rodado mogollón de escenas de película. La primera que me viene a la cabeza es esa persecución-macarrada que se casca el pequeñito del Tom Cruise en Misión Imposible 2, ese homenaje al folklore español en el que le pegan fuego a la Macarena unos tíos vestidos de San Fermín. Paramos un montón de veces por el camino, unas veces para ver alguna calita, otras para asomarnos a los acantilados, y otras simplemente para observar a los surferillos con la secreta esperanza, en mi caso, de que los dueños de esas melenillas rubias en traje de neopreno se dieran el galletón de su vida en mi presencia. Llamadlo como queráis: complejo, manía, envidia... A mí me da igual, pero yo es que a los
surfetas les tengo mucha bola. Bueno, para ser exactos, a los
surfetas de madrí. A mí no me jodas, pero para juntar en la misma frase las palabras "Madrid" y "Surf" hay que ser gilipollas. A lo mejor es que la gente, como no valora los 80 como es debido, ya se ha olvidado de que ¡
Aquí no hay playa, cojones!. Ser surfeta en Madrid es como ser alpinista en Tomelloso, pero llevando el arnés y los pies de gato para salir por la noche. Yo cuando veo a uno de esos niñatos rubios y bronceados del
solmanía vestiditos de rip curl y con chanclas bajarse del golf con las lunas tintadas aparcado en la castellana, me pongo malo. Es irracional, lo se, pero me la trae floja.
Cuando la carretera se aleja un poco de la costa, se adentra en medio de un mar de frutales y viñedos. En los puestos del lateral de la carrtera es en el único sitio de este país deonde he probado fruta con sabor a algo. Por estas carreteras secundarias es por donde transcurre
Sideways, mi peli favorita del año con mucha diferencia, tras la decepción que llevé con
Kingdom of Heaven. Confiaba en Ridley Scott, y me dediqué con mi amiga Nessi a buscar a Russel Crowe en la pantalla toda la peli, porque habíamos decidido que tenía que estar. Mi apuesta más fuerte era por el rey leproso, que lleva la máscara toda la peli, pero resulta que ése es Edward Norton. Nessi dice que le vio cuando "arrestan" a la hermana de Saladino, porque hay uno que avanza meciéndose entre el trigo de una forma familiar. En cuanto a Sideways, los que la hayáis visto ya lo sabréis, pero en dos horas vi retratados a casi todos mis colegas, y muchos pasajes de mi vida. Unas situaciones que vistas en la tele hacen que te descojones, pero que si lo piensas te son mucho más familiares de lo que te crees (o de lo que te gustaría). La única peli que he visto este año aquí y que me ha sorprendido casi tanto com Sideways es
Napoleon Dynamite, una frikada de peli independiente que aquí ha influido en la forma de hablar del americano medio casi tanto como Chiquito de la Calzada en los 90. Los personajes son increíbles, la fotografía, la banda sonora y todo el estilo en general de la peli es brutalmente adictivo e increíblemente extraño. No sé cómo explicarlo, pero para que os hagáis una idea, es una peli dirigida y escrita por mormones, en la que no hay ni un solo taco, y por supuesto menos sexo aún, pero con la que te descojonas las dos horas de peli. No creo que llegue a estrenarse en España a corto plazo, por eso me he pillao el DVD.
Por cierto, ni que decir tiene que, un día mas, fracasamos en el intento de ver cómo el sol se sumergía en el mar como una galleta María. Esta vez llegamos a tiempo, pero Santa Bárbara, donde teníamos previsto verlo, está en un saliente de la costa y la playa está orientada al sur, por lo que el sol se metió detrás de unas colinas y nos dejó con dos palmos de narices. Pese a todo, la parada mereció la pena, porque el pueblo en sí es un pueblo costero con mucho encanto y mucha vida, cosas que en este país no se suelen dar juntas. Alcanzamos a ver la misión alrededor de la que se fundó el pueblo y, aunque estaba cerrada, me huce una foto con la estatua de
Fray Junípero Serra, un franciscano mallorquín que, además de muy feo, era jorobado, enano y medio cojo (creo que tuvo la polio o algo así). Pues ahí donde véis al chavalito, se pateó con su burra desde Veracruz hasta toda California, y fundó un par de de parroquias o tres. Segura que alguna os suena: San José, Santa Mónica, San Diego, Nuestra Señora de Los Ángeles, Sacramento, Santa Bérbara, San Francisco... Lo gracioso del tema es que, como casi siempre, los italianos han sido mucho más listos que nosotros y lo han adoptado para la causa a base de ofrendas y procesiones, por lo que los americanos que conocen al monje, piensan que es italiano. Digo como casi siempre, porque con Colón han hecho lo mismo, no sin antes tratar de quitarlo de la historia para meter a Américo Vespucio, que sorprendentemente da nombre a un continente sobre el que jamás puso un pie, y con el aceite de oliva, con el que tanto se nos llena la boca en España, pues lo mismo. lo compran en Jaén y aquí llega con una etiqueta muy maja que dice "Product of Italy".
No os confundáis. No es que me haya salido la vena nacionalista o ultrapatriótica. al revés: lo que pasa es que admiro profundamente a los italianos y a su capacidad innata para el marketing. No olvidemos que estos tíos han convencido al mundo de que su cocina es una de las más altas, variadas y ricas del mundo, cuando se basa en pizza y pasta. ¿Son o no son cojonudos? En España, mientras, decimos lo importantes que somos, lo bueno que está nuestro vino (que sólo bebemos nosotros) lo buena que es nuestra comida (que sólo comemos nosotros), lo grandes que son nuestros escritores (fuera de los países de habla hispana ni saben quiénes son Borges, Lope o Quevedo, ni les importa) o lo cojonudísmo que es nuestro aceite (aunque fuera sólo compren italiano y griego). A lo mejor resulta que no molamos tanto. Que digo yo, vaya. Con lo de los restaurantes españoles en el extranjero me explayaré én algún post aparte, pero os adelanto que por los menús que he leído y los sitios que he visitado, suelen responder al cabrón que intenta engañar a los guiris con el chiringuito en Torremolinos, que se ha ido a engañarles en casa. Vamos, que les pone boquerones avinagrados a 9 dólares el platito con 4, o la tortilla de patata tamaño plato de café hecha con huevina y mala. Eso sí, le pone colorante al arroz y les dice que es paella y luego les intenta envenenar a base de sangría, para que todo cuele bien. Por eso cuando les hablas de la cocina española se descojonan. Porque digo yo que en España habrá algo más que paella, tapas y sangría, ¿no?
Después de este mitin gastronómico, sólo me queda deciros que acabamos cenando en un italiano mu bonito y eso, pero del que salimos con el estómago y el bolsillo vacíos y una gran sensación de que la comida podría haber estado muuucho mejor. Ahora bien, en al baño de caballeros, justo sobre el meadero, a la altura de los ojos (de lo míos por lo menos, alguno cogerá tortícolis) tenían una foto firmada por Tiger Woods que decía que siempre que cenaa en Santa Bárbara, cenaba en el sitio aquél. En pleno acto mingitorio pensé: "¡coño, como yo!"
Aún nos quedaban unas 4-5 horas de coche, porque queríamos dormir al lado de San Francisco, así que tiramos millas pal Norte. Al principio, como lo tontos, cogimos otra vez la carretera de la costa. De día tendrá unas vistas preciosas, pero de noche es un coñazo de curvas tremendo. En cuanto pudimos salimos a la autopista y tiramos hasta Monterey, un pueblo del que no teníamos ni puta idea, pero que como era el último con costa antes de San Francisco, fue el elegido para pasar la noche. Llegamos reventados y a las 2 de la mañana, así que sin mirar el pueblo nos tiramos al primer EconoLodge que vimos y sobamos como benditos.