14 abril 2005

La vuelta a América en 15 días. Día 1. Las Vegas.

Creo que después de un mes y pico, va siendo hora de escribir el viajecito en cuestión, porque si no se me va a olvidar y me acabaré inventando la mitad (que seguro que molaría más la historia, pero para eso todos tenemos a alguien en nuestras vidas. Los del Johnny sabéis a quién me refiero).

Al lío. El miércoles 9 de marzo, antes de salir para el aeropuerto de Nashville, nos pasamos por casa de un profesor del departamento de español que había hecho paellas. La verdad es que el tío es más majo que los billetes de 50 Euros, pero es... ¿Cómo decirlo...? Original. Enseña español de nivel básico, y todos los días, al final de la clase, les saca la guitarra y les canta a los chavales canciones representativas españolas como "Eres tú". Y claro, los de mi generación (en concreto yo, qué cojones) asociamos esos temazos a los largos viajes en el 131 con el cassette de mocedades a toda leche entre parada y parada a que el chico vomite, o a limpiar la tapicería, claro. Menos mal que mis padres en algún momento decidieron modernizar los gustos y nos tuvieron dos años seguidos con la cinta del consorcio que alguno de mis infinitos tíos les grabó. ¡Eso sí que eran viajes! Al compás del chaca-cha. Entre eso y la fiebre de la Raya Real, a nosotros no nos quedó más remedio que viajar con walkman, lo que favoreció enormemente la comunicación familiar, como os podéis imaginar.

Bueno, que con tanto flashback me voy del tema: que el gachó toca las guitarras que él mismo construye. Os lo podéis imaginar. Una guitarra española hecha por una americano en Tennessee. Pues eso. Ahora, el tío tiene mucha ilusión. Y precisamente esa ilusión la pone también para las paellas. Total, que al final me comí la paella (incluso probé la vegetariana, que era arroz con calabacín y calabaza, te cagas) y se me olvidó explicarles a los chavales que el arroz se supone que no debe crujir al masticar, y que las gambas, en su estado natural no sólo tienen sabor, sino que también tienen cabeza. Porque ese es otro tema del que ya hablaremos en otra ocasión, pero aquí las gambas sólo las sirven sin cabeza (y sin sabor).

Después de que el profesor Fisher me dedicase delante de toda su clase una versión de "De colores" (momento de profunda carga dramática), salimos zumbando para el aeropuerto. Los miembros de la expedición somos Cristina, la chica rumana que además de ser un monumento coincide que es mi novia, Janina, la chavalita alemana (pero MUY alemana) a la que Cristina le tiene declarada la guerra abierta simplemente porque no la soporta y, en medio, yo. Como véis el panorama para mí no podía ser mejor. Me veía hecho pedacitos por las dos brujas en dos días. En fin.

Antes de facturar, la alemana empieza a dar la brasa conque ella no quiere facturar su maleta, que es nueva, y que quiere que se la dejen pasar a la cabina. Yo le comento que será nueva, pero que había pagado 40 dólares por ella, así que tampoco había que exagerar. Ella empezó a ponerse dramática con que en la maleta tenía todas sus cosas para los próximos 15 días, y sus medicinas y tal. En ese momento, comparo el tamaño de su maleta, un trolley tamaño equipaje de mano (un poco más), con la mía, que era una maleta en toda regla. "Es que calaro, cada uno de tus calzoncillos abulta como dos de sus vaqueros", me dije. Y es entonces cuando miro las dos maletas de Cristina, y me pregunto a ver por qué cojones se necesitan 30 camisetas y 9 pares de zapatos en un viaje de 15 días de los que la mitad son en el desierto. Total, que me pongo cabezón, que es lo que se me da bien, y la convenzo de que lo mejor que puede hacer es facturar la puta maleta, que son profesionales, que bla bla bla. Ella, casi avergonzada, la pasa por el mostrador y yo, con mi ego de macho ibérico por las nubes, me paseo orgulloso por la terminal.

Durante el vuelo a Houston, donde hicimos escala antes de enfilar a Vegas, Janina casi nos funde el celebro leyéndonos artículos de la Newsweek, porque ella es muy política y se lo toma todo muy en serio. Empezábamos bien. Yo, mal que bien, soy un tío tolerante (vamos que eso me la suda), pero a mi lado veía que Cristina cada vez se movía mas nerviosita en su asiento y respiraba más profundo. Al final no pasó nada, pero ya pensaba que la mierda me estallaba en la cara antes de empezar el viajecito. Una vez en Hiuston, descubrimos que el Aeropuerto se llama George Bush International Airport, con lo que la alemana estaba que no cabía en sí de gozo. Lo mejor: la estatua del susodicho delante de las puertas del servicio, que parece que sale de plantar un pino después de días de estreñimiento (la de la afoto es la alemana):

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Como véis, la pose del patriarca es impresionante. Si eso no es la imagen de un hombre liberado de una gran carga, que baje Dios y lo vea. Lo que no sé es cómo no hay aún una réplica en Faluya. ¿O sí lo se?

Bueno, que llegamos a Las Vegas, y lo primero que nos encontramos por el camino a la zona de recogida del equipaje, es una mega sala con tragaperras donde la gente, rodeada de maletas, se deja hasta la dignidad. Yo pensaba que, joder, por lo menos te dejarían llegar al hotel-casino. Pues no.

Cristina y yo recogimos las maletas enseguida, pero la de Janina tardó un rato en llegar. Para cuando llegó la maleta, ella estaba ya histérica perdida diciéndome eso de "ya te decía que no la quería facturar" etc. Pues bien, como ya os habréis imaginado, la maleta de la alemana es la única que han jodido los cabrones de seguridad, reventando las cremalleras, arrancando el asa superior, y perdiendo las llaves del candado. Por si eso fuera poco, le han quitado la medicina que necesita para el oído, porque es sorda del oído derecho y tiene el izquierdo muy delicado. Cuando veo la maleta venir por la cinta hecha un cristo, yo no sabía si descojonarme o llorar. Bueno, la verdad es que lo de llorar no pasó por mi mente, pero ya hice bastante no descojonándome, porque el tema lo merecía. Sólo estuve a punto de venirme abajo cuando cogí la maleta por el asa y me quedé con ella en la mano (el asa), porque la mirada de incomprensión que me echó era de foto.

Tras dos horas y media intentando alquilar un coche para llegar al hotel, desistimos. Es el fin de semana de la NASCAR en Las Vegas y la ciudad es la meca de los garrulos sureños, así que las oficinas de alquiler nos piden más de el doble de lo que nos habían presupuestado por internet. Un descojono. De 300 dólares querían clavarnos 750, y eso sí, teníamos que darles las gracias. Total, que decidimos irnos al hotel, y nos lleva un taxista con publicidad de un puticlub en el techo que estaba viendo el DVD de Blade II mientras conducía.

Otro rato sigo con lo bueno, que este post se me ha ido de las manos y me tengo que ir a tomar algo. Saludos, chavales y otro rato os comento lo de las Vegas, que eso sí que da de sí.